lunes, 11 de julio de 2011

LA CARROZA DE CENICIENTA




Anabel estaba ensimismada, cortando las verduras que tenía que echar en el caldo que estaba preparando. En ese momento, estaba cortando en tiras, un trozo de calabaza de un color anaranjado. De pronto oyó un grito:


·        Mamá, mamá, ¡Nooooo!

Se volvió rápidamente.  Mayra la miraba estupefacta desde la puerta de la cocina.

·        Pero mamá, ¡Estas cortando la Carroza de Cenicienta!

Por un momento se quedó sin saber que decir. Sus manos se habían quedado en el aire, con el trozo de calabaza en una y el cuchillo con el cual la estaba cortando en otra.  Mayra sólo tenía cuatro años y de repente sus hermosos ojos se habían convertido en una inmensa cascada de lágrimas.

Conocía el cuento de Cenicienta. Durante noches y más noches, desde que apenas tenía dos años. Ella misma se lo contaba antes de dormir y uno de los momentos que más le gustaban era aquel en que Cenicienta montada en su carroza (antes calabaza) marchaba al baile.
Volvió a mirarla.
Mayra seguía llorando y sus manitas sujetaban sus mejillas, que al mismo tiempo que estas, se empapaban de lágrimas,  iban adquiriendo el color de las amapolas.

·        Vamos pequeña, ven, ven con mamá...

Despacito, con un hipo entrecortado y sin apartar su mirada de la calabaza, que mamá había dejado encima de la mesa, Mayra se acercó a sus brazos diciendo:

·        Mami, si destrozas la calabaza ¿Qué cojera el hada Madrina para convertirlo en Carroza y que Cenicienta vaya al baile?

La abrazó tiernamente. Tanta inocencia hacía que su corazón se colmara de sentimientos hacía su pequeña.

·        Pero mi niña, si eso, sólo ocurre en los cuentos de hadas. En la realidad, las calabazas, se utilizan para preparar esos caldos tan ricos que te prepara mamá.

Mayra la miraba con los ojos abiertos como platos. ¡No entendía nada! ¿Qué era aquello de la realidad?.  ¿Qué decía mamá? Esa palabra no estaba en su cuento...

·   Pero mamá, - decía entre hipos-  Cenicienta no fue nunca al País de la realidad... ¿Dónde está eso? ¿También irá en su carroza? Y diciendo esto, se volvió hacía la mesa, desde donde los trocitos de calabaza parecían mirarla y sus ojillos volvieron a nublarse.

Dándose cuenta de que la cascado de lágrimas volvería a surgir de un momento a otro, dijo rápidamente:

·        No, mi niña, no llores. Realidad es un País muy, muy lejano, y de momento, Cenicienta no va a ir a él. Tiene que asistir al baile ¿Recuerdas?

·        Si mamá, dijo compungida, pero... ya no tiene Carroza ¿Cómo irá?

·        No te preocupes tesoro, el hada madrina es maga y puede hacer que cada día nazca una calabaza en el huerto de la casita de Cenicienta.

·        Pero esta... Mamá, ya no vale, la has roto... ¡Me da mucha pena!

·        Bueno, en ese caso creo que tendremos que encontrar una solución. ¿Crees que la podremos pegar igual que aquella casita que un día se cayó y junto a papá la reconstruiste?

·        Si, si, mamí…

Y con un nuevo brillo en los ojos, se acercó a la mesa para tocar uno a uno los trocitos de calabaza mientras decía :

·        Mamá, algún día me contaras como  se va al País de la realidad?

·        Si pequeña, pero aún falta algo de tiempo para eso. Cuando llegue el momento, no sólo te lo contaré, sino que las dos de la manitas iremos hacía el, pasito a pasito y mamá te ira explicando el significado de todas las cosas que vayamos encontrando en el camino.

Con cuidado recogió los trocitos de calabaza que había dejado encima de la mesa. Los guardó en una bolsa y los dejó en la alacena. Mayra observaba todos sus movimientos.

·        Mamá, cuando venga papá, le diré que me ayude a pegarlos ¿Vale?

·        Vale Mayra.

·        ¡Bien! Contesto dando saltos hacia el salón, donde al llegar divisó sus juguetes.

Aprovechando que se había marchado, Anabel volvió a coger la bolsa donde se encontraba la calabaza echa trozos e introduciéndola en una bolsa más oscura la depositó en el cubo de la basura.
Lo tenía decidido. Layla pronto olvidaría aquella calabaza sumergida en sus juegos y por otro lado, ese día el caldo no llevaría calabaza, ni ese día ni ninguno en que su pequeña pudiera estar rondando por la cocina mientras que ella lo preparaba. Por lo menos hasta que Mayra creciera un poco. Su ilusión e inocencia, tenía más valor, que el sabor que pudiera aportar la calabaza al caldo. Su pequeña tenía derecho a disfrutar de esa ilusión e inocencia. Ya tendría tiempo de comer calabaza y conocer el país de la realidad. Mientras tanto, quería que siguiera disfrutando de su niñez.

Annia Mancheño

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